A difícil felicidade

felicidadeFrancisco Ant. Vidal Blanco. En liñas xerais, a felicidade completa é unha utopía, pero non por iso deixamos de procurala por terra mar e aire. O que para uns é bo para outros non o é tanto, uns confórmanse con ir ó cine unha vez por semana e outros gastan o salario en quinielas de infortunio. Por iso Xulio non discute quen é máis feliz. Cada un ó seu xeito conténtase co que pode, e aquí tamén conta o nivel de ambición ou de conformismo. Nos libros de citas calquera pode atopar definicións para dar e tomar, pero como todas as citas, só serven dentro do seu contexto e polo tanto son de moi dubidosa aplicación xeral.

Xulio desconfía dos que se proclaman felices. Con eles sempre lle acorda o conto daquel rei que procurando a felicidade, por consello dos sabios, tiña que vestir a camisa do home máis feliz do mundo, e atoparon a un zapateiro que aseguraba ter todo o necesario para vivir sen coitas, non lle faltaba traballo e o traballo gustáballe, estaba namorado e sentíase amado, pero cando lle preguntaron pola camisa asegurou que nunca usara tal cousa. Hoxe interprétase como que só os pobres son felices. E iso non é certo. Outros entenden que sendo este un conto medieval, e a camisa daquela unha prenda para durmir, a felicidade do zapateiro estaba na cama (sen camisa).
felicidade1Como mostra do que se entende por felicidade completa está o amor eterno, esa procura que, se é realmente un amor, non estará libre de momentos de tristura e preocupación polos avatares compartidos, polos gustos non sempre coincidentes ou por mor de infortunios (que algún sempre hai) da persoa amada. Pero non por iso se deixa de procurar, como os gregos a buscaban tratando de volver a aquela mítica Idade de Ouro en que non pasaban penas e eran inmortais, como procuran os cristiáns o Ceo, os normandos o Valhalla ou os musulmáns ese paraíso erótico festivo tan difícil de acadar tras unha vida de loita e sufrimento, nisto que o noso santo poeta Pedro de Mezonzo chamou «val de bágoas», onde todo o esforzo vai dirixido a posuír un momento de felicidade. Así, todo traballador se esforza durante a súa vida coa intención de vivir sen coitas nesa antesala da gloria eterna, e cando lle chega a xubilación, cando se lle deberían descargar as penas da vida, empezan as visitas ó ambulatorio e as sobredoses de pastillas reparadoras. Tiña un veciño que despois de toda unha vida no estranxeiro, arredado dos seus, coa ansia de facer a súa casa no pobo, tras corenta anos de vida laboral, a enfermidade recluíuno nun asilo e hoxe deixámolo no camposanto.

 

3 comentarios en “A difícil felicidade

  1. La vida nos va indicando que no hay felicidad completa. Hay momentos en que crees tenerla, y por una causa u otra, en un “santiamén”, se te va. A veces por la familia, y otras por amigos queridos; pero que siempre hay por quien sufrir, por quien llorar. Pero también es cierto que la vida sigue, y esta nos da nuevas oportunidades para seguir siendo felices, a pesar de las vicisitudes que se nos presentan en el camino. Y es cuando una debe “aferrarse” a esos buenos momentos, y disfrutar plenamente de ellos. La vida es corta: no la desperdicies en algo que no valga la pena.

  2. Querido Francisco:
    Echo poca mano de citas -si acaso alguna de la que conozco el contexto del que fue extraída-. Pero admiro a las personas que saben utilizarlas situándolas en un marco adecuado y hasta completándolas con argumentos propios. ¿Acaso no ocurre lo mismo con la música y otras manifestaciones artísticas? Pues no pocos compositores lograron aventajar con creces a aquellos a los que trataron de emular en alguna de sus obras…
    La persona que se manifiesta plenamente feliz, no tiene ni idea del significado de ese vocablo. Cada uno -rico o pobre- se puede sentir más o menos feliz según el partido que sepa sacar de sus circunstancias. Para mí la felicidad -nunca completa, por supuesto- consiste en ver felices a los que me rodean, comenzando por los míos, por supuesto.
    Figúrate: hoy he pasado el día haciendo lotes de ropa que mis nietos, al crecer tan rápido (entre nietos y bisnietos cuento doce), van dejando prácticamente nueva. Gran parte se la bajo a un hombre que tiene montado un mercadillo con lo que le dan y gracias a lo cual puede sacar adelante a su familia. La otra parte la llevo a Cáritas u otra asociación benéfica, pero procurando siempre que su aspecto sea impecable.
    Otra forma de tocar un poquito esa felicidad, es tratando de amenizar con una serie de actividades el hastío de los ancianos que viven en residencias y apenas reciben visitas. Cosas así. Lo más peliagudo es llevar a cabo el contenido de esa palabra llamada “compromiso”: cuando comienzas y luego abandonas, ese soplo de felicidad se desvanece. Y fíjate: lo que menos me cuesta es la ayuda económica, dentro de mis posibilidades, claro. En este sentido me considero generosa. Y, sin embargo, no me produce la misma felicidad que regalar mi tiempo.
    Si la felicidad es cuestión de reír en todo momento, los políticos deben de ser las personas más felices del mundo. ¿Has visto a algún político que abandonase su gesto risueño aun en los momentos más trágicos?
    Estaba escribiendo al tiempo que iba leyendo tu artículo. Si lo hubiese leído hasta el final de un tirón y viendo el cambio operado en el contenido, incluyendo el comentario de Magdalena, tal vez hubiese escrito otra cosa.
    Dejando para otra ocasión al autor de la “Salve” y a Wagner, tan relacionado con el Walhalla en sus óperas, me uno a vosotros en el recuerdo de Plácido. Mi más grande deseo era haber podido acompañar a la familia en el multitudinario funeral del que fui teniendo noticias a través de los numerosos medios de información de los que hoy disponemos. Ante la imposibilidad de hacerlo con mi presencia, me he tenido que conformar con enviarle un ramo de rosas.
    Un abrazo.

  3. Querido Francisco:
    Precisamente ayer cuando salí a caminar, iba pensando que en aquél momento yo era una persona feliz; el día se prestaba para el paseo, no hacía ni frío ni calor, iba camino de Cabío con estos pensamientos, y acababa de dejar un libro “Voces na guerra” (que Plácido me había regalado) en su casa, que dista unos 50 metros de la mía, para qué cuando pudiera me lo firmase, pues me percaté al releerlo que no tenía su preciada dedicatoria. Se lo dejé a un familiar que se encontraba allí en aquél momento, y salí de su casa para respirar aquellos aires a pinos y mar. Recogí cornetas y lapas, disfruté de un sabroso helado, y me vine para casa con los pulmones oxigenados de aire puro y mis pies calmados por el salitre de nuestras playas. Cené, y después de jugar un poco con mis perros, me metí en la cama y empecé a leer “Mitos nórdicos” de Neil Gaiman.
    El día había sido perfecto, yo no aspiro a mucho más. Al rededor de las once, sonó el teléfono, era una amiga para darme la triste noticia de la muerte de mi querido y admirado vecino Plácido. Me parecía increíble, hacía unas horas había estado en su casa y no había preguntado por su ausencia creyendo que había salido.
    La felicidad de aquel día, se truncó con aquella mala nueva. Igual que a ti, Francisco, también me agarró el pesimismo. Esa traba de la cual tú hablas, la tenemos enredada en nuestros pies, y a veces nos mete la zancadilla y nos hace caer de nuestra nube feliz.
    Mañana a las cinco de la tarde lo acompañaremos para darle nuestro adiós en esta vida, pero en nuestros corazones estará siempre, y escucharé su “hola veciña, xa ves do paseo”acompañado siempre de un par de besos, como si siguiese aquí en el Brañal.
    Un abrazo, Francisco.

Deixa unha resposta

O teu enderezo electrónico non se publicará Os campos obrigatorios están marcados con *