O neno e o verán

tanxilX. Ricardo Losada. Teño rituais que me gusta celebrar en soidade en datas moi concretas do ano, e que adoito relacionar con lecturas. Un dos que máis me enche é o da chegada do verán. Vou á praia de Tanxil, a da miña nenez, e leo algún texto sobre o verán que me guste especialmente. Este ano, o capítulo 2, En la playa, dese marabilloso libro de Julián Ayesta titulado Helena o el mar del verano que atopei de casualidade uns días antes na biblioteca do meu instituto. Ayesta naceu en Xixón corenta e dous anos antes ca min, pero reflicte con gran precisión os veráns que eu vivín en Rianxo, cando menos, os veráns que permanecen no meu recordo, como aqueles marabillosos días en que comiamos na praia en familia, varias familias, e que el recorda así:

     “Por la tarde la playa llena de sol color naranja y había nubes blancas y olía a tortilla de patata”. (…): “Y había cangrejos que se escondían entre las peñas y los niños éramos los encargados de enterrar las botellas de sidra entre la arena húmeda para que no se calentasen”. (…) “Pero lo mejor era el baño por la tarde, cuando el sol bajaba y estaba grande y cada vez más encarnado, y el mar estaba primero verde y luego verde oscuro, y luego azul, y luego añil, y luego casi negro” (…) “Y daba gusto bucear (…) Y luego que papá y tío Arturo y el marido de tita Josefina nos subiesen sobre los hombros y nos dejaran tirarnos desde allí al agua”. (…) “Pero luego nos cogíamos todos de la mano y entrábamos juntos corriendo en el agua y nos tirábamos a plongeon”. (…) “Y había unha chica ya mayor recién llegada de Madrid, muy guapa, con los ojos muy grandes, muy tostada y oliendo a perfume que sentía uno no sé qué muy dentro”. (…)playatanxil “Y luego salíamos a merendar a la playa, y para los niños habían dejado bonito, tortilla y carne empanada que sobraba del mediodía, y de postre naranjas, manzanas, peras, uvas, ciruelas y melocotones a escoger. Y había también plátanos, que era muy divertido apretarlos por un lado para que saliese la chicha y enseñársela a los mayores y que todos los hombres se riesen, nadie sabía por qué. Y los pedazos de tortilla y las chuletas estaban llenas de arena…”. (…) “Y después íbamos a vestirnos detrás de las rocas. Y allí la arena estaba muy fría y entraba un viento frío y los niños tiritábamos porque estaba oscureciendo. Y sentía uno la espalda pringosa y que resquemaba y empezaba a salir una luna muy grande”.

     Cando rematei de ler e, a pesar de que está rexenerada, e non se parece nada á da miña nenez, vin, con esa íntima precisión do relato de Ayesta, todo o que o progreso e o tempo arrasaron da praia de Tanxil, e xa non existe. O muelle, as pedras, os familiares e os amigos, pero tamén accións como facer castelos de area ou pregarlles aos  pais que nos deixen bañar antes das dúas horas preceptivas. E entón sentín cunha intensa felicidade conxelada que o neno que fora quería seguir gozando daqueles veráns, e ler quizais sexa a única forma de conseguilo.

4 comentarios en “O neno e o verán

  1. Espero que así sea. Entre mi hijo y Magdalena, que no paran de pasarme por los “nefres” las bellezas de Palmeira y alrededores y las bondades de su clima (como si yo no lo supiese), se me hace más larga la espera. Claro que no se puede estar al santo ya la limosna…
    Un abrazo y felices sueños.

  2. Ese é un dos moitos beneficios da lectura. Revivir. Facer o recordo das
    vivencias tan intensos como as propias vivencias. Supoño que aos que non teñen
    paixón pola lectura pode parecerlles unha esaxeración, pero non o é. Lendo ese
    libro de Ayesta revivín aqueles veráns ata tal punto que nin sequera me molestei en sacarlle a area ás chuletas.
    Oxalá esteades na praia moi pronto.
    Apertas rianxeiras

  3. Querido profesor:
    ¡Quién pudiera revivir los recuerdos de la infancia y juventud en el lugar en que se produjeron! Para colmo, veraniegos y con playa incluida… Sobre ese tema creo que podría rellenar cuartillas y más cuartillas. Pero no me queda otra que aguantar el calor asfixiante de la capital y así no hay manera de escribir nada. Menos mal que las noches se llevan mejor sentada en una terraza o un banco del parque, que de eso sí tengo.
    A veces me da par escribir lo que se me ocurra. En una ocasión tuve la ocurrencia de rememorar los momentos de paz. Uno de ellos era éste:
    “Cuando en las tardes de verano me tumbo en una playa desierta (lo de desierta era antaño) sin más compañía que una bandada de gaviotas que se posó a descansar sobre la arena”.
    Ya veo que a Magdalena le ha surgido una suplente.
    Pues allá va un abrazo para los dos. O para los tres… (O las tres, puesto que gana en número la parte femenina y tal como andan las cosas…)

  4. Era así como lo vivíamos la mayoría de los niños en aquellos felices veranos, en que todo lo veíamos color de rosa. Sobre todo, lo que llevábamos para comer a la playa, como era la tortilla española; el “bocata rey por excelencia” y que todos disfrutábamos comiendo aunque, en ocasiones, “salpicada” con alguna que otra arena, pero que no dejaba de estar buenísima. Recordar con la lectura, esas bonitas secuencias de nuestra niñez, es como recibir en pleno verano, esa especie de brisa marina acariciándonos la cara. Seguir escribiendo, contando nuevas vivencias que las hay maravillosas, incluso aquellas que no lo son tanto. Gracias a todos

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